Cama de víboras
El alquimista se quitó toda la ropa y se metió en la cama. Las serpientes, todas ellas venenosas y letales, se retorcían bajo las sábanas. Cuando el mago de la química se tumbó en su lecho, los reptiles no tardaron en enroscarse en sus piernas y brazos. Las más grandes rodeaban su cintura y las más pequeñas cubrían su cabeza como si fueran los cabellos de Medusa. Una situación de pesadilla para cualquier persona normal y de ensueño para un sirviente del diablo. El alquimista gozaba al sentir las caricias de aquellos venenosos seres sobre su piel. El siseo incesante de los ofidios se entremezcla con la profunda respiración del mago. Sus pulmones estaban enfermos como resultado de haber estado expuestos durante décadas a los vapores del laboratorio. La enfermiza obsesión de transmutar el plomo en oro le había robado media vida y ahora en el ecuador de su existencia sentía que las fuerzas de la locura doblegaban su pensamiento. A la mañana siguiente se despertó temprano, se sentía rejuv