Banquete de caníbales

El señor del Tribunto se limpió los dientes con la lengua, lo hacía a menudo después de comer carne humana.

Su lengua era gorda y musculosa, como una serpiente roja de los pantanos, y le ayudaba a esculpir con maestría muchas de las palabras que se unían maliciosamente para formar sus inolvidables y demoledores discursos de dictador.

Sus dientes blancos, de magnifico marfil, resplandecían como perlas y contrastaban con su piel negra, tan oscura como los confines más desconocidos del mundo.

El aire del salón estaba viciado, el calor y la humedad eran poderosos y lamían la roca de las paredes, como la lengua de un gato sobre la piel de un ratón. Áspera, húmeda y caliente.

El perro diamante, señor del Tribunto y unificador de las tribus, entrecerraba los ojos de vez en cuando y sentía los músculos de la cara tensionados, tras haber sometido a sus mandíbulas a varias horas de banquete.

Sentía un poderoso cansancio y como su cerebro quería diluirse en un profundo sueño reparador, para dar tiempo a su estómago a digerir la comida y transmutar la carne muerta y triturada de la presa en energía y proteínas. Los bostezos golpeaban insistentemente las puertas de su garganta, esperando salir al exterior.

El gran negro y sus mejores generales, habían devorado como leones la carne asada de mujeres y niños, de la estirpe pigmea, pues la carne de macho suele ser más dura y menos sabrosa.

Los pigmeos son gente en miniatura, pequeños seres considerados inferiores por los hombres elefante, y cazados para consumo desde el principio de los tiempos. La carne de pigmeo, es junto con la de simio, la más consumida por las tribus del Tribunto, aunque los simios son mucho más agresivos y difíciles de capturar, y muy raramente abandonan la seguridad que les otorga la Selva Simia, por ello, los hombres elefante eligen con frecuencia la carne de pigmeo.

Los pigmeos son fáciles de cazar e incluso se pueden criar en cautividad. Son criaturas con metabolismos acelerados que se reproducen rápido y que engordan fácilmente.

Uno de los generales jugueteaba con una mujer pigmea. La mantenía presa dentro de sus grandes manos. Aquella hembra se había librado de las fauces del fuego de los hornos por su peculiar aspecto físico. Tenía los ojos del color del cielo y una belleza cautivadora para ser un animal.

¿Por qué no te la follas si tanto te gusta? dijo otro de los generales, y de repente todos los guerreros comenzaron a reírse, sus carcajadas eran tan potentes que hicieron temblar el salón.

Mi polla es más grande que ella, la reventaría, aunque tal vez lo haga respondió Bestor, al tiempo que acariciaba el pelo rizado de la mujer-muñeca con los dedos. El general Bestor podía sentir en sus manos los latidos del pequeño corazón de la mujer, enloquecido por el miedo, y amenazando con escaparse de sus entrañas.

¿La adoptarás de mascota Bestor? ¿Le partirás la columna como a las otras para que no se escape? preguntó preguntó Kargoth con su característica risa nerviosa de hiena.

Pero si lo haces, no sentirá nada de cintura para abajo y no podrá notar tu verga remató Kargoth, y volvió a reírse, esta vez acompañado por el resto de los generales.

El perro diamante estaba entre sueños, dormitando, en la cabecera de la gran mesa del salón.

Bestor colocó a la mujer sobre la mesa, tumbada boca arriba, con la cintura justo el borde. Las lágrimas y el terror ahogaban su mirada azul. Súplicas pidiendo compasión, en una voz dulce y aniñada surgían de su garganta.

Esto hay que saber hacerlo bien, dijo Bestor. Muchos se me han muerto en la domesticación.

Se hizo el silenció unos segundos y los lamentos de la mujer resonaron más que nunca, luego un golpe seco y un grito desgarrador de dolor.

¿Sigue viva? preguntó Kargoth.

Bestor asintió sonriendo, la zorrilla sigue viva, murmuró

¡La zorrilla sigue viva!, exclamaron los generales, y brindaron con cerveza entre vitores.

¡Qué cojones pasa aquí! gritó el perro diamante. ¿Es que no puede dormir uno tranquilo?

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Tierra del Pan

El Gigante Rojo